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Baja en la esquina

Publicado: 2012-04-24

(Escribe: Alejandro Lozano)

Si un panadero, apurado por su jefe, en una cocina en condiciones sanitarias deficientes, utilizando insumos en estado dudoso, prepara los pasteles del día sin tomar en cuenta el aseo en su trabajo, sin fijarse en las fechas de vencimiento y estresado por las interminables horas frente al horno, y el producto que ofrece y sale a estanterías para el consumo público, digo, imaginemos, mata a un comprador habitual, ¿sobre quién ha de recaer la sanción por tal delito? En primer término, claro, la responsabilidad es individual. Pero ¿acaso no existe un autor mediato, un jefe que permite, avala e incluso genera un ambiente donde el descuido es ley? ¿No merece, al menos, ese jefe que su negocio sea cerrado?

Extrapolemos. Pensemos en Orión, la empresa de transporte público más poderosa de la capital. Pensemos en los muertos que sus unidades han causado en las calles limeñas. ¿Ha recibido sanción alguna? Quizá su número de clientes ha disminuido, los veedores del servicio han restringido sus labores… No. Orión, la misma empresa, no solo no ha sufrido ningún rasguño económico, sino que incluso tiene la poca decencia, a través de su inefable dueño, de intentar promover en los días pasados un paro en protesta por las reformas que la alcaldía de Lima busca instaurar. Tilda la reforma de apresurada e improvisada. Debe haber muchas ostras esta temporada en el puerto del Callao.

A ver. ¿Existe alguna ley que obligue a las empresas de transporte a actuar del modo en que lo hacen? Me parece que no, que no existe escrito en ninguna parte que los choferes deben ser semiesclavizados, que el menos importante del negocio sea el pasajero, que los ómnibus puedan estar en situación de cuasichatarra. No hay ninguna, hasta ahora al menos, que lo haya prohibido tampoco. Ninguna específica, digamos. Pero existe una cierta norma social que no parece conocer este tipo de empresas: la de la mínima decencia. No los obliga, a ellos, la necesidad, no están cercados por apremiantes circunstancias, no son pobrecitos del Señor. Pero como la ley, los reglamentos, no prohíben ciertos comportamientos suyos, pues al demonio con cualquier idea de una convivencia aunque sea un poco armónica. No es su objetivo, no lo ha sido, ni tampoco su medio, el brindar un servicio: su medio y su objetivo son la máxima rentabilidad.

Me gustaría derivar algunas cuestiones de esto. Me pregunto, por ejemplo, por qué las empresas no se autorregularon y llegaron a estándares altos de desempeño, un autocontrol como el que ahora viene de la autoridad edil. ¿Será porque cuando las actividades económicas no son un tanto delimitadas tienden a hacer lo que se les da la gana, incluso en nuestras narices, incluso usándonos diariamente? ¿Será porque lo permitimos? ¿Dejar hacer, dejar pasar?

A todos nos ha tocado alguna vez un chofer maleducado, grosero, déspota, sí, claro, pero ¿quién los contrata? ¿Han intentado llamar al número telefónico que algunos buses exponen en las ventanillas para denunciar algún maltrato? No lo intenten. Perderán el tiempo. Al fin, los mismos conductores son también utilizados por estos “empresarios”. Nosotros también, obviamente. Entonces, ¿quiénes crean verdaderamente el escenario de caos en que nos desenvolvemos todos los días? ¿Quiénes lo aprovechan? Es como si debamos exculpar al jefe de mi primer ejemplo solo porque opera en una zona pobre y de poca demanda. ¿Eso lo justifica? ¿Si la panadería contrata a alguien poco calificado y este termina matando por su impericia, la primera queda inmaculada y reluciente?

Orión no debería participar de esta reforma del transporte. No se le debería permitir lavarse la cara, hacerle el juego, concederle esta amnistía ciega por voluntad propia. Tampoco a las empresas que han cometido delitos comprobados y no han respondido. No solo porque sería justo actuar de esta forma, sino porque, de no hacerlo, en cierta medida estaríamos avalando su desempeño anterior y justificándolo. Ellos, los empresarios como el dueño de Orión, no tienen excusas.


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