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Los ladrones de lo real: Bullard y el Impuesto a la Renta

Publicado: 2012-03-01

(Escribe: Carlos Trinidad Alvarado)

De un tiempo a esta parte, la política ha resentido el impacto de la especialización. Desde todas partes, desde todas las áreas, se le exige a la política dimitir. Y la condena es inexorable: le toca obedecer el mandato que, desde los laboratorios de la especialización, le imponen los técnicos. No es casual que los últimos tres presidentes hayan gobernado en piloto automático. La política, desde entonces, ha sido un juego de traducción: convertir el lenguaje ininteligible de los técnicos en tres o cuatro lugares comunes de arrastre popular. Algunos, como García, han ido más lejos: los han elevado a la categoría de dogmas.

Para los pocos que no compartimos ese entusiasmo, las decisiones en una sociedad escapan las cerraduras impuestas por la tecnocracia. Obedecen a múltiples factores. Valores, concepciones de mundo, posicionamiento de intereses. Lo técnico es importante, claro que sí. Pero como insumos de decisión. No sustituyéndola ex ante. Como afirma Stiglitz: “Decidir cuál es la política que se debe escoger implica elecciones entre valores, no sólo cuestiones técnicas sobre qué política es "mejor" en un sentido moral indiscutible. Estas elecciones entre valores son políticas y no deben quedar en manos de los tecnócratas.” (1)

Sobre esa base, quiero discutir el artículo que Alfredo Bullard publicó en su blog en Semana Económica, el texto se titula “El cuento del ladrón y el Impuesto a la Renta” (2), y cuestiona la funcionalidad económica del Impuesto a la Renta (IR).

Bullard sustenta su crítica al IR sobre la base de los siguientes argumentos:

1.- El IR es un castigo a la productividad: su estructura progresiva genera un desequilibrio sustantivo entre los sujetos que pagan el impuesto: los sujetos más eficientes en el ejercicio fiscal pagan más impuestos. Así, el IR, en la interpretación de Bullard, es un gravamen a la inventiva, un recargo a la creatividad y la productividad empresarial. Ahora bien, para Bullard, el sustento en el cobro del IR radica en la ley de rendimientos decrecientes: el valor que un sujeto le asigna a determinado bien, decrece cuando acumula más bienes de este mismo tipo.

2.- El IR, al ser un tributo no vinculado con una actuación directa del estado, financia servicios públicos que no repercutirían de forma efectiva en el sujeto que costeó el tributo. Por ello, el sujeto pagador del impuesto financia servicios que serán aprovechados por quienes no pagaron el impuesto.

3.- Termina afectando a los más pobres: reduce la capacidad de inversión y ahorro de las empresas y, consecuentemente, incide negativamente en la inversión de capital humano (generación de puestos de empleo) y en la escala de salarios de los trabajadores (reducción de sueldos).

Ahora bien, de acuerdo con Bullard, el primer problema del IR está en su progresividad: algunos pocos, los de mayor productividad en el año, pagan más impuestos. Para tal efecto, propone el flat tax, esto es, la homogeneización de todas las tasas del IR en una tasa uniforme que incida por igual entre el universo total de contribuyentes. Evidentemente, los contribuyentes con mayores ingresos pagarían más impuesto, pues la base imponible de sus rentas siempre sería mayor. Sin embargo, el impuesto ya no castigaría la productividad.

Este argumento de Bullard es falaz y, en la práctica, hace patente un desconocimiento elemental sobre la estructura tributaria del país.

En primer lugar, el IR no es el impuesto que genera más ingresos al fisco. En rigor, el IGV (especie de IVA peruano que grava el consumo de bienes y servicios) representa el 45-50% de los ingresos recaudados, mientras que el IR representa el 35-37% de los ingresos del gobierno central.

A su vez, casi el 70% de los ingresos que genera el IR,  provienen de rentas empresariales que, al contrario de lo que parece concluir Bullard, no están gravadas con tasas progresivas, sino con una sola tasa proporcional del 30%.

Así, el IR que ingresa como recaudación, en casi dos tercios, corresponde a las rentas empresariales gravadas con una tasa fija que, en la generalidad de los casos, incide por igual a personas jurídicas y a personas naturales que realizan actividad empresarial.

Por otro lado, si bien es cierto que existen regímenes particulares (como el Régimen Especial del IR o el RUS) que contemplan tasas especiales para pequeñas y medianas empresas, estos representan apenas el 0,45% del total del IR recaudado. Asimismo, es importante tener presente que el fundamento de estos regímenes no está en la progresividad del IR, sino en hacer de la tributación un instrumento que coadyuve a la formalización de la economía emergente. Se evita, de esa manera, que el IR sea una barrera de acceso efectivo al mercado que, por su significativa repercusión financiera, estimule la informalidad en sectores económicos más sensibles del país, con todos los costos que indefectiblemente genera para la sociedad: baja recaudación por sectores económicos, afectación a la libre competencia, incumplimiento de las normas laborales, de defensa civil y de protección al consumidor, falta de cobertura de los regímenes previsionales y de seguridad social, ausencia regulatoria del estado, etcétera.

En consecuencia, el bolsón principal del IR que financia los gastos del estado no proviene de un régimen progresivo. El régimen progresivo se aplica en las rentas del trabajo que, de la suma de rentas por trabajo independiente y dependiente, representa un total de 20% del IR recaudado.

Si el problema está en este régimen (Bullard no lo menciona siquiera), hay que tener presente que su  fundamento radica en el principio de igualdad material: tratar de forma desigual a dos sujetos ubicados en condiciones desiguales.

Evidentemente, la capacidad contributiva en todos los sujetos no es la misma. El estado no puede tratarlos de forma indiferenciada. Afectaría siempre al eslabón más débil de la cadena. Ello, porque no todos los sujetos parten en las mismas condiciones. No todos tienen ni el capital, ni el patrimonio ni el conocimiento que les permita competir en igualdad de condiciones.

La creencia “económica” de Bullard radica, en este punto, en asumir que, independientemente de la cultura, las sociedades y la historia, la historia de la humanidad es una larga carrera de la nada a la riqueza (3). Todos nacemos pobres, ignorantes, sin capital, sin conocimiento. En la dura carrera hacia el capital, algunos por su inventiva, creatividad y eficiencia, consiguen la riqueza. Son los mejores. Los más productivos.

Por ello mismo, es fácil concluir que el IR que los grava es un castigo: sanciona, en un mundo de pobreza, a la capacidad que logró salir con éxito de ella.

A pesar del argumento constructivo, que recuerda las novelas indigeribles de autoayuda, la premisa de Bullard se sitúa en la estratósfera. Es una reflexión fuera de la historia. Sus sujetos son seres inertes, ideales, platónicos. Sujetos sin civilización, sin familia, sin rostro. Bullard, en el fondo, no hace economía, escribe una novela fantástica.

El problema con este tipo de argumentos es que, después de todo, alimentan un facilismo que explica a la pobreza como un acto de mera voluntad. Como bien afirma Carmen Ilizarbe: “El artículo de Alfredo Bullard no es en realidad una respuesta al artículo de Portocarrero sino más bien un pretexto para defender una creencia que cada vez parece más instalada en nuestro medio: que los pobres lo son porque no se esfuerzan lo suficiente, o porque son ignorantes, o porque no tienen capacidades creativas o innovadoras. Una afirmación que busca naturalizar también la riqueza, asociándola a la creatividad y el esfuerzo individuales implicando que todo es cuestión de voluntarismo, como si querer (y ser capaz) fuera poder, y como si el contexto histórico, social, económico y cultural no existiera.” (4)

A despecho de la filosofía que autoproclama la eficiencia económica de raigambre liberal, sustentada en la observación empírica de la realidad, la lectura de Bullard sobre el IR, paradojas de la vida, utiliza el mismo criterio fantasmagórico de la izquierda monolítica: ahí donde hay molinos de viento, ve categorías. Donde la izquierda encuentra relaciones de poder, Bullard: categorías económicas. En el fondo, no quiere analizar la realidad, sino moldearla a su arbitrio. No busca contrastar su hipótesis, sino corroborarla, incluso si el precio equivale a la verdad misma.

El segundo argumento de Bullard no es técnico sino político. El IR es ineficiente porque solventa servicios que, por la inoperancia del estado, no tienen contrapartida efectiva en el sujeto pagador.

Confunde, en principio, dos etapas claramente diferenciadas: la recaudación de los ingresos, con la redistribución (y ejecución) del gasto público. Condena, así, al IR porque el estado ejecuta ineficientemente los ingresos recaudados que, en parte significativa, provienen del mismo IR.

Desde esa óptica, deberían suprimirse las normas que regulan la libre competencia, porque la estructura burocrática del estado impide que se apliquen eficientemente. Se debería eliminar, asimismo, el acceso a la educación de los más pobres porque está comprobado que el estado prodiga una educación de pésima calidad; y, finalmente, la seguridad ciudadana debería descartarse: entre la corrupción y la incompetencia, nuestros policías son la prueba fehaciente de la inoperatividad en que se encuentra sumido el estado.

En la misma línea: la responsabilidad de que los derechos no se cumplan, por un estado que no garantiza su cumplimiento efectivo, no está en el estado, sino en los propios derechos, y es a ellos a quienes, en definitiva, corresponde justificarse.

Lo peligroso de este pensamiento es su doble rasero: es técnico cuando le conviene. Cuando adolece de fundamentos técnicos, apela a la coyuntura. No es casual que invoque, con frecuencia, una terminología hurgada en los medios de comunicación: burocracia, corrupción, y estatismo.

No dudo que la burocracia, la corrupción y el paternalismo del estado constituyan problemas vitales para implementar políticas públicas eficientes. En el corto plazo, por razones harto evidentes, son trabas sustantivas. Por ello, la implementación de una política pública (como el control previo en el mercado de las fusiones y adquisiciones) debe considerar estos factores para evaluar su impacto, pero no debe ser desvirtuada por ellos a título exclusivo. Tenemos ejemplos de estados, como Suiza e Irlanda, donde la significativa carga tributaria es compensada con servicios públicos de primera. El modelo es más flexible (IR progresivo con un ratio progresivo de 7-32% sobre las rentas de trabajo y un IVA del 6-8%), sin embargo funciona porque tienen un estado operativo en la etapa del gasto. Buen ejecutor y con criterios de asignación eficientes.

Por último, el tercer argumento es cuestionable. Para Bullard, con el IR, el estado extrae riqueza del privado que directamente reduce su capacidad de inversión. Ello, en el supuesto que el privado decida invertir sus utilidades marginales para generar más puestos de trabajo o mantener los sueldos. Finalmente, es capital suyo y este decide qué hacer con su patrimonio. Por esa misma razón, un privado evalúa qué proyecto puede ser rentable y cuál no, en función del riesgo del negocio y la seguridad de réditos futuros.

Por tal razón, un privado nunca podría sustituir al estado: no todos los proyectos de inversión pública generan rentabilidad económica. Podrían tener, en cambio, gran demanda social, pero la misma no se traduciría en incentivo de negocio para el privado. Así, el estado cubre esa brecha que despierta escaso (o nulo) interés en el privado y que, por los altos costos y la poca demanda económica, no podría traducirse en inversión efectiva.

Finalmente, es importante mencionar que, más allá de los cálculos económicos elaborados desde la asepsia de un laboratorio, un sistema injusto, con grandes fisuras de desigualdad, que no concibe la redistribución y la justicia social como políticas concretas y efectivas, pone en riesgo su propia existencia. Un sistema no puede basar el crecimiento de algunos pocos, sobre la escasez de los muchos. La experiencia más cercana lo comprueba: el senderismo nació, se desarrolló y se alimentó de las grandes desigualdades en el país. La elección de Humala iba en el mismo sentido. Ojalá que no sea muy tarde cuando, nuestra derecha, despierte del sueño tecnocrático en el que parece haberse quedado dormida hace 22 años.

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(1).- http://www.project-syndicate.org/commentary/stiglitz29/Spanish

(2).- http://blogs.semanaeconomica.com/blogs/prohibido-prohibir/posts/el-cuento-del-ladron-economista-y-el-impuesto-a-la-renta#ixzz1nuF6lAzB

(3).- http://redaccion.lamula.pe/2012/02/04/alfredo-bullard-la-pobreza-y-la-ignorancia-son-el-estado-natural-del-hombre/claudiapollo

(4).- http://carmenilizarbe.lamula.pe/2012/02/04/natulareza-pobreza-riqueza-reflexion/carmenilizarbe


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