ya acabó su novela

De la indignación y de las extrañas formas del olvido

Publicado: 2012-02-18

(Escribe: Alejandro Lozano Tello)

Se suele pensar que la juventud no es espacio para la nostalgia, ni manifiesta en su esencia las implacables consecuencias del tiempo: el deterioro y el olvido. Se acostumbra, más bien, pensar que los jóvenes somos incautos, impertinentes, despreocupados, en fin, temerarios coleccionistas de hazañas, silenciosos creadores de nuestro destino. Y que en nuestra vehemencia se encuentra el futuro de las nuevas formas que cobrará el mundo o nuestra sociedad.  Y, nobleza obliga, puede que sea cierto. Sin embargo, existe un límite en que nuestras hazañas se tornan vergüenza, en que la impertinencia elude la posibilidad del aplauso festivo y da paso a la indignación. Este es el caso de los jóvenes que, con ceño fruncido y discurso paporretero, he visto- he sufrido ver- religiosamente antes de redactar este artículo: los jóvenes del Movadef.

Estos muchachos, nacidos muchos de ellos en el mismo año del que escribe, consideran, con tono altivo y puchero revolucionario, que Abimael Guzmán Reynoso es un filósofo y un comunista que seguía sus “ideales”. Hasta ahí, seamos buenos, quizá no se equivocan. El genocida se educó en y enseñó filosofía, era un comunista del ala más radical, y sí, fue consecuente con su barbarie asesina desde el principio hasta el final. No hay problema con nada de eso. El problema radica en que, ya desde tan pipiolos, estos militantes comienzan a representar los síntomas terribles de una sociedad despolitizada, de una educación empobrecida y de una insensibilidad que raya con la esquizofrenia. Ellos no comprenden, no pueden comprender pues no está en su discurso aprendido, que, sin quererlo, erigen la misma bandera de aquellos que más delincuencialmente han destruido nuestro país: la percepción de sí mismos como forjadores de una nueva y prístina ideología sin pasado.

Sendero Luminoso se pretendía el partido a partir del cual la historia, no solo del Perú sino del mundo (vaya, del universo), cambiaría, iniciaría, tendría sentido. Eran los iluminados, los superiores, los profetas de una realidad que ya sea con ellos o con el sacrificio de sus vidas estaría, sí o sí, al final del túnel. El Movadef, a juzgar por los tartamudeos de estos jóvenes, sigue la misma línea: no hablan del pasado, pero sí defienden las ideas que fomentaron ese pasado. Dicen que las matanzas andinas fueron actos políticos, pero no llegan a los hechos: son cifras, acontecimientos que han perdido la corporeidad doliente que siempre han tenido y se vuelven abstractos, volátiles, simples vaivenes de ideas en conflicto. Ellos, pues, no tienen nada que ver con eso. Ellos son los novísimos, con solo dos añitos a cuestas, y no pueden responsabilizarse de Lucanamarca, de Tarata, de los húsares volados en pedazos a metros de Palacio de Gobierno, de la explosión postmortem de María Elena Moyano, de la bomba a canal 2, de las muertes de tantos alcaldes y policías y militares, con cartelito de “Así mueren los malditos soplones”, “los traidores a la patria”, etcétera. Qué va. No creo que hubiese alguien que podría culparlos de tales atrocidades. Pero de lo que sí puede culpárseles es de pretender retornar al estado anterior de las cosas: culparles de que se piensen inciadores del mundo o garantes superiores de la historia de nuestro país.

Pamplinas, tunantes estúpidos.

El Movadef representa, como en su anterior forma, Sendero, lo peor de nuestro país. Una sociedad que ha dejado al azar la educación, una población sin herramientas para encontrar sentido a la realidad, un desinterés profundo por descubrirnos como comunidad compartida, un vacío que se descubre a sí mismo como un abismo indescifrable en el cual todo es posible. Es nuestra aún joven nación, si es que acaso. Es nuestro deterioro y nuestro olvido.


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Perú de Ciudadanos

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